domingo, 21 de febrero de 2010

La ofrenda de la viuda o la Parábola del buen donante.

Por Félix A. Pineda

Por aquellos días ocurrió un gran terremoto en una isla del mar caribe, afectando a una ciudad llamada Puerto Príncipe, la cual quedó en estado casi irreconocible, desfigurada no sólo en su estructura física sino también disminuida en su proceso de construcción colectiva de la esperanza, que es una de las peores formas de empobrecimiento de los pueblos.


Ahora, después de doscientos años de castigos, olvidos memorables y condenas por el error de amar la libertad, nuevamente Haití cubre las principales páginas de los diarios de esta pequeña aldea global.


En estas circunstancias, los potentados del mundo se volcaron en ofrendas hacia el pueblo haitiano, y Jesús observaba aquel episodio de solidaridad junto a sus discípulos y discípulas.


Vinieron gente del norte, con 10 mil soldados equipado como para una gran guerra, o como para instalar una base militar permanente, primero tomaron el aeropuerto, luego los puntos importantes de la ciudad.


Luego vinieron de la vieja Europa, primero con periodistas antes que con socorristas.
Luego los vecinos del sur ofrendaron médicos y combustible. También vinieron unos vecinos del otro lado de la frontera, que rompiendo las barreras del prejuicio y el desconocimiento abismal de sus propios hermanos, se volcaron ofrendando todo cuanto podían ofrendar.


Todos ellos llevaron barcos con toneladas de alimentos, agua, combustible, frazadas, medicamentos y todo lo que se demanda en una emergencia de tal magnitud.


También vio Jesús a una empobrecida mujer de un pueblo llamado Jimaní, a la que nada le sobraba porque todo la faltaba, dirigirse al colmado a comprar una botella de agua para donarla a una niña haitiana que deambulaba por las calles de la ciudad pidiendo una gota de agua para calmar una sed de la que ella no era culpable.


Al ver el comportamiento de la mujer, dijo Jesús a sus discípulos: “En verdad os digo que esa señora dio más que todos los demás”.


Sin entender, los discípulos pidieron una explicación, a lo que Jesús animadamente comentó: “No siempre es la bondad del panadero la que hace que haya pan en nuestras casas, sino los intereses que acompañan a sus actos supuestamente bondadosos”. Los gringos vienen con militares porque su interés en el mundo es de tipo hegemónico, Los europeos llegan con el propósito de mantener una plaza en el espacio de la caridad internacional. Otros, como el gobernante del país vecino, daban aquello que sabían que la comunidad internacional iba a reponer después, con euros y dólares frescos, que mucho se necesitan para la compra de conciencia electoral.


Pero esta señora, dio todo lo que tenía o podía dar, que más que dar, es darse uno mismo por la causa del otro.


Pero Señor, ¿qué será del pueblo haitiano sin la ayuda que ahora llega de todos los países? ¿No es el papel de los ricos ayudar a los pobres en circunstancias como estas?
Entonces volvió Jesús a decir: “En estas circunstancias como en cualquier otra, no se trata tanto de dar algo a los pobres, como de hacernos pobres con ellos”.


Fue entonces cuando los discípulos comprendieron que la solución a los problemas de la pobreza se encuentran en dirección opuestas al gran capital.

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