viernes, 8 de enero de 2010

Avatar: la importancia de James Cameron para entender el momento dominicano

Por Félix A. Pineda


La genialidad de James Cameron, el fabricante de taquillas, tiene en esta entrega, una importancia doble para la República Dominicana: primero porque trae a Zoe Saldaña en su mejor desempeño cinematográfico desde “La maldición del Perla Negra” de la trilogía de Piratas del Caribe, pasando por otras tantas propuestas que la catapultan hacia el estrellato. La segunda razón es porque el título de la producción: “Avatar”, es un término que, en el contexto nacional, adquiere una connotación política que nada tiene que ver con la definición religiosa que se le confiere en la India: encarnación de un Dios, que en la película viene a ser la encarnación de un humano en un na´vi.


La comparación no es ociosa, si se sabe que la clase política nacional hace ingentes esfuerzos por transformar todo lo que es razonable en irrazonable, lo claro en lo oscuro, quedándose con el monopolio exclusivo de lo absurdo. Si algún aspecto de la vida nacional no ha experimentado la transformación de lo razonable a lo absurdo, es porque todávía no ha penetrado en los dominios de la clase política nacional.

Esta vez, lo absurdo viene salpicado de marihuana, cocaína, coroneles, asesinatos, fugas espectaculares, comisiones estúpidas, y lo más importante, de silencio cómplice, silencio culpable y conciencias cauterizadas.

!Ojo! La entrada en esta ruta “cuesta abajo” no implica la superación de otras fases como la de los apagones, el robo descarado de los bienes públicos, el endeudamiento sin límite, los altos precios de los alimentos, de los combustibles, y de la inseguridad. No. Todos estos males se superponen unos sobre otros, hasta devenir en una carga tan pesada, que puede disparar los niveles de resistencia ciudadana al estrés de lo absurdo.


La inteligencia se ha convertido en una virtud escasa, por eso, el avatar dominicano es entendible. Avatar en nuestro país, es la mutación socio patológica de lo razonable a lo absurdo. Y después del absurdo, ¿quién sabe lo que vendrá?

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